






La artista, docente, gestora y parte del Colectivo Mesa8, realizó una pasantía en el mim en el marco del programa Cultura Regenerativa.
Así como el arte de una época refleja las temáticas y preocupaciones que marcan a una sociedad, los museos y centros culturales también actúan como espejos de aquello que decidimos mostrar, observar y debatir colectivamente. Estos espacios no solo inciden en el ámbito artístico y cultural de sus entornos, sino que además transforman el territorio en el que se insertan.
Con el paso de los años, estas dinámicas han comenzado a cambiar, aunque a ritmos y con direcciones diversas. Los nuevos paradigmas sociales, políticos y ambientales han impulsado una reflexión más amplia sobre las formas en que los espacios culturales pueden vincularse con su contexto, nutrirse de él y contribuir a su transformación. En esta línea, el Museo Interactivo Mirador ha incorporado una mirada renovada que busca fortalecer su relación con el territorio y con las comunidades que lo habitan.
Gracias a esta iniciativa, que se hace patente a través de nuestro Programa de Cultura Regenerativa, se abren puertas cada vez más grandes. Este programa ha gestionado diversas colaboraciones que nos han permitido establecer lazos con personas de distintas disciplinas y territorios. Ese es el caso de la residencia de Natascha de Cortillas, artista, docente y gestora que vive en Concepción y forma parte del Colectivo Mesa8.
Esta agrupación fue conformada en el año 2008 en la Región del Biobío, Chile. En su primera etapa se constituyó bajo el nombre de Octava Mesa de Artes Visuales, convocando a un gran número de artistas e investigadores de la provincia de Concepción. Su objetivo fue generar procesos de trabajo autónomos y colectivos para poner en práctica la capacidad de determinación y gestión de los agentes locales en la esfera pública, especialmente aquellos que incidían en la comprensión y valoración de las prácticas artísticas.
Después de un tiempo, el número de integrantes se redujo y la agrupación pasó a llamarse Mesa8. Hoy, Mesa8 se define, de acuerdo con su sitio web, como “una plataforma de trabajo colaborativo, motivada por los desafíos que presenta la relación entre arte y comunidad(es)”.
A lo largo de su trayectoria, Mesa8 ha explorado diferentes modos y soportes de trabajo colaborativo, tales como encuentros, exhibiciones, publicaciones, residencias y acciones en el espacio público. Entre sus integrantes se encuentran Daniel Cartes, Eduardo Cruces, Andrea Herrera, Carolina Lara, David Romero y Natascha de Cortillas, con quien conversamos para saber más de sus orientaciones artísticas y, sobre todo, sobre su experiencia al colaborar con el mim en su residencia artística, que culminó en la elaboración de un recetario mostrado públicamente por primera vez en la Exposición de Culturas Regenerativas realizada en el museo el 11 de octubre de este año.
Este evento, gestionado por el Programa de Cultura Regenerativa, buscó mostrar el resultado de diversas acciones en las que participaron varios artistas y organizaciones de la comuna, como el Mapa Socioambiental de La Granja, la Ruta de Memoria Sonora, el Bodegón Comunitario, el desarrollo de arpilleras, el Jardín de los Sentidos y el Taller de Carpintería y Autoconstrucción.
-Para comenzar, Natascha, tú eres artista, docente y gestora, disciplinas que son muy cercanas a lo que se hace en este espacio, el Museo Interactivo Mirador. Cuéntanos, ¿de dónde nace tu interés por las temáticas que abarca nuestro programa de Cultura Regenerativa?
-Vengo desarrollando hace mucho tiempo, desde mi propia práctica artística, varios intereses que, de alguna manera, amplifican la idea del arte en el sentido de pensar el arte como un espacio de transformación social y, por lo tanto, me voy vinculando a partir del propio ejercicio del arte con el desplazamiento hacia las comunidades.
Específicamente esto empieza como en el 2010, quizás 2009, por ahí. Desde Mesa 8, que es el colectivo en el cual trabajo, empezamos a hacer un ejercicio de visibilización de los problemas de patrimonialización en torno al levantamiento de la Fábrica Textil Bellavista Oveja Tomé.
Entonces ahí el ejercicio que empezamos a hacer, como Colectivo Mesa8, fue a partir de dispositivos que activaban el trabajo con las comunidades. Una de las primeras residencias ocurrió en el Bío-Bío y ahí trabajamos en el contexto del terremoto, pero también en el contexto de las organizaciones sociales que se habían armado en Tomé.
Ahí empieza este dispositivo y hoy en día estamos trabajando en el tema de 50 años y 50 acciones, un proyecto que se armó en el contexto de los 50 años del Golpe Militar. Ahí se puede ver cómo hemos ido desarrollando una secuencia y articulación de trabajo con las comunidades.
Entendiendo, entonces, el arte como este dispositivo transformador, de cambio, como dispositivo que nos permite vincularnos, también sentirnos parte de la comunidad, porque finalmente tampoco es un binomio arte y comunidad, sino finalmente un “y” o “sobre”, donde se está matizando un poco esta idea de cómo interactúa el arte con las comunidades.
Igual esto ha sido un camino. En algún momento los museos fueron espacios muy elitistas, muy asépticos, donde la obra que se presentaba era una obra autoral, que, si bien es cierto, pudiéramos considerar que igual hay obras de buena factura, de buena calidad, acordes al lenguaje artístico.
Pero hoy en día esas nociones no están siendo suficientes para poder comprender las manifestaciones que implica o las amplificaciones que puede implicar el trabajo de un museo con sus personas. Y cuando hablo de sus personas, hablo de los territorios, pero por ejemplo lo que hace el museo también con sus trabajadores, o sea, con toda la gestión que implica levantar un museo.
-Y, relacionado a lo anterior, ¿cómo se dio la oportunidad de realizar esta residencia? ¿Cómo fue ese primer encuentro?
-Como trabajo con temas de alimentación, soberanía alimentaria, las huertas urbanas, que son como mis temas en mis investigaciones, la invitación que hizo Ignacia fue específicamente al Taller de Huertas Urbanas, en ese contexto.
Ahí siempre hay un tema que el mim hace al estar ubicado en una zona que no se siente como el mismo centro de Santiago. Incluso hay una identidad de las personas de allá, de sentirse de La Granja. Eso ya me parece un ejercicio de localización o de identidad local importante.
Y, por otro lado, también está el ejercicio que hace al museo de ida y de vuelta, o sea permitir que exista una reciprocidad entre la institucionalidad del museo y sus comunidades, en este caso territoriales.
Entonces por eso me parecía un proyecto muy seductor, porque va muy de la mano de lo que yo realizo acá y fue uno de los matices o el eje de la residencia, que me permitió ir.
Después, por otro lado, es una dificultad para uno, como artista, llegar y salir de esos espacios, pero como el museo ya tenía el proyecto, ya está el programa de Cultura Regenerativa, hay personas llevan este proyecto, en el fondo mi posibilidad de ir y salir no significa que el proyecto se acaba.
Muchas residencias sólo ocurren cuando está el artista y, cuando el artista se va, luego desaparece ese espacio de acercamiento. En cambio, este proyecto sigue estando, entonces me parecía que eso le daba continuidad y yo iba a aportar a un ejercicio que ya está levantado, que se está levantando.
Ahora, por parte de las personas, por lo mismo, las confianzas que se fueron dando también fueron confianzas que se heredaron un poco del trabajo que el museo ha hecho. En específico me refiero a Ignacia(*), Francisca(**) y Mario(***), que son las personas y caras visibles del museo que han realizado el taller del que participé.
Me parecía que la posibilidad de integrar un equipo y de dar más bien un input a algo que ya se estaba generando y que luego iba a tener continuidad, era un ejercicio pertinente. Me interesa mucho trabajar esas responsabilidades éticas y afectivas con las personas.
-Como nos cuentas, lo que más te gustó de esta invitación a participar de este espacio es que fue en un contexto de un equipo. En esa misma línea queríamos profundizar más en la experiencia que viviste en este tiempo. Tu residencia involucró participar justamente del Taller de Agricultura Urbana del Programa, ¿cómo viviste ese proceso?
-Estos son procesos largos que lo ideal sería que involucraran otras dinámicas, pero dentro del tiempo, que fueron varios meses, fui sumándome al cronograma que establece el taller, que es juntarse una vez al mes, algunas veces nos juntamos dos veces al mes.
Desde julio que estuvimos en eso he ido pensando qué era todo lo que estaba ocurriendo, en qué lugar yo podría colaborar.
Y una de las cosas que he estado haciendo últimamente es justamente una recopilación de los relatos de la receta de comida, porque ahí hay una distinción interesante que tiene que ver con el relato, porque nos alejamos de la idea del chef, de esta cocina un poco pomposa, elitista, clasista que existe hoy en día, donde además la receta es intocable, no modificable. Esto, en cambio, es algo más colectivo, de todas las personas, la mayoría mujeres, porque también ahí hay una cuestión de género importante ya que las mujeres hemos sido las que nos hemos encargado de preservar los relatos, las recetas, las semillas, las historias.
El relato implica también un acercamiento más efectivo y que no tiene que ver con la receta, sino con la manera en la cual yo lo preparo. En el relato también hay una palabra, un modo, un contexto, que generalmente las recetas no incluyen.
En muchas de las recetas de este material, si tú te fijas, se hablan cosas como "mi mamá me enseñó así” o “esta es una receta de mi abuela", entonces también se hacen cargo de la herencia, de ese reconocimiento, de esas mujeres que han formado parte de esa receta.
Por otro lado, como no es un instructivo, sino que es un relato, cualquiera lo puede hacer. Te dice “pica cebolla” y cada uno pica como cree que tiene que picar la cebolla. Ahí se refleja la incorporación de nuevas posibilidades y aperturas a la receta, entendiendo que son procesos sociales y culturales, más que instructivos de cómo cocinar.
Y las mujeres, como nos hemos hecho cargo de poco de la alimentación del mundo, tenemos ya también cada una incorporadas en nuestras propias manifestaciones cotidianas, las posibilidades de hacerlo, de manera muy honesta, muy sencilla, nos sumamos a esos relatos de manera muy cotidiana.
Todos estos relatos están impresos en un papel que no es blanco, sino color hueso, que les dan cierta factura. Como parte del proyecto, empezamos a integrar también dibujos de una de las hijas de las integrantes del taller, que iba a dibujar cuando estábamos en las sesiones, solo dibujaba. Mario se sumó también generando una bitácora del huerto que él hace tiempo quería desarrollar. Entonces aprovechamos este ímpetu y Mario desarrolló la bitácora del huerto y la usamos como parte del diseño.
En el fondo es ir integrando las distintas expresiones que se van dando de manera muy natural en el huerto. Mi labor fue estar atenta en un gesto lúcido, también, de ver qué es lo que se desarrolla, porque nada de esto es algo que yo pude haber pensado a priori antes, imposible. Eso sólo fueron reflexiones que se fueron dando de manera paulatina en la medida que fue conociendo a las señoras con quienes colaboramos, a las talleristas.
-Esta residencia te permitió investigar y desarrollar el vínculo entre sistemas alimentarios, agricultura familiar y alimentación. En concreto, ¿cuáles fueron los grandes hallazgos o descubrimientos de esta exploración?
-Hay dos campos. Uno, por ejemplo, es el acercamiento que ocurre entre este lenguaje que eventualmente es del arte, que está en otro lugar y por qué está aquí con nosotros, en un huerto.
Entonces es la primera duda que se genera en estos grupos. Yo creo que ahí también hay una pelea que uno hace, digamos, desde el punto de vista disciplinar, de comprender que el arte es un código que lee las distintas manifestaciones culturales. Y, por lo tanto, se puede acercar o se puede hacer cargo de todo lo que se produce. Con eso, las comunidades empiezan a entender que en realidad ellas son el lugar principal. Lo que se produce, el ejercicio de cambio de chip o la codificación que las personas van haciendo de su propio quehacer, que generalmente es muy cotidiano, pero al ser cotidiano también es minimizado y acá se releva ese lugar desde los conocimientos que tienen sobre huertas, sobre cocinar, desde un montón de saberes.
Es súper importante y eso tiene que ver con lo que nosotros manifestamos también en la idea del diálogo, el saber que todos los conocimientos están en una misma posibilidad, en una misma escala de ser leídos y, por lo tanto, de ponerse en diálogo. Cuando lo planteas de manera jerarquizada, el museo ahí arriba y lo cotidiano abajo, es súper difícil establecer ese diálogo en esa verticalidad.
Cuando nos planteamos un conocimiento horizontal, donde el diálogo es más o menos honesto, transparente y fluido, todos empezamos a cambiar nuestras maneras de comprender el saber del otro.
Para mí, eso se refleja por ejemplo en que Mirtha, participante del taller, diga que ella es la actriz principal de esa obra, a modo de juego, pero en el fondo lo que sucede es que ella se pone en un valor, ella se identifica y se coloca como un lugar de valor, que lo que sabe, que su experiencia y sabiduría, sus años, la han puesto en un lugar de pertinencia que le permite establecer un diálogo con el museo, conmigo, con Mario. Para mí eso es lo más significativo.
Bueno, y en el campo del otro lado del museo, de las prácticas artísticas, a mí me ocurre exactamente lo mismo. El lugar principal para mí es estar situado en los territorios. Tener la posibilidad de hacer una práctica artística, de incorporar en la experiencia del arte la posibilidad de vincularse con los territorios, es un ejercicio de pertinencia que le da sentido a, por ejemplo, en este caso, digamos, a mi práctica artística, pero que en general le da sentido al arte.
Los hallazgos son muy sutiles, tienen que ver con cómo la comunicación se da y cómo las personas nos ponemos en justo valor.
-Para nuestro museo siempre ha sido fundamental este vínculo con la alimentación y lo que significa para los lazos entre naturaleza y humanidad, es por eso que la oportunidad de que pudieras desarrollar un trabajo ligado tan estrechamente con este tema representa un aporte tan gigante a lo que significa este espacio y las personas que conviven en él. Con todo esto, ¿qué rol crees que juegan los espacios culturales como este y otros museos en estas construcciones que muchas veces se exploran más desde lo cotidiano y en las comunidades territoriales? Especialmente considerando que el mim es, principalmente, un museo de ciencias.
-Bueno, hoy en día yo siento que bueno lo que está haciendo el Museo, que tampoco es exclusivo del mim, sino que se refiere a cierta apertura de los museos en general, tiene que ver con la pregunta de “¿por qué lo hace?”, ¿por qué lo están haciendo?. Si hay un ejercicio real de vínculo o hay una repetición de un modelo que se está instalando porque es necesario hacerlo.
La residencia tiene que ver con la idea de la mediación, el pensar que todas las personas traemos un conocimiento, somos conocimiento que viene con nosotros y que, por lo tanto, a la hora de vincularnos con la institucionalidad artística o con los museos, es importante que se considere aquello que soy y que el diálogo parta desde ese reconocimiento.
Todos los procesos de mediación hoy en día buscan rescatar esas experiencias de las personas y no partir de la hoja en blanco en donde “nosotros como museo nos vamos a encargar” o de la institucionalidad cultural o de las políticas públicas en general, por ejemplo, del ministerio, “nos vamos a encargar de llevar cultura a los territorios” que durante mucho tiempo fue la profecía que marcó la ruta de la institucionalidad cultural, llevar la cultura de los territorios como si ahí no hubiera nada.
El pensar que ahí hay algo, aunque nos cueste, aunque no sepamos qué es, aunque todavía seamos torpes en la manera en que nos relacionamos con eso. Creo que a ese cambio igual le falta trabajo, pero le da apertura a la institucionalidad cultural aunque no esté totalmente reconocido.
Pero finalmente es eso, la idea de la mediación, los espacios culturales como espacios que están entre medio de un conocimiento, de una sabiduría o de una experiencia que todas las personas tienen o que las sociedades tienen. Y, de alguna manera, las conceptualizaciones, los conocimientos que las instituciones culturales quisieran provocar, ¿no? Entonces ya uno se plantea en un medio, ya no es direccional.
-Y eso además tiene otros matices cuando tomamos en cuenta que el mim es un museo principalmente de ciencia, ¿cómo crees que se vinculan los temas de tu residencia con la ciencia?
-Sí, ahí tenemos otro palo difícil, ¿no? La ciencia por un lado y el arte por otra, de manera atomizada, no separada. Pero ya también eso de alguna manera se está abordando. Si bien es cierto que existen muchas relaciones de ciencia y arte que todavía sigue siendo binarias, también se ha ido ganando una pelea, una apertura.
Sobre todo como en el reconocimiento de los pueblos originarios, donde no existe la palabra ciencia y arte, sino que es solo una gran cosa que tiene que ver con la experiencia, con los conocimientos, la experiencia, el imperio del saber donde el arte cumple una función quizás más intersubjetiva más plástica, y la ciencia quizás más mecánica, más dura, pero finalmente son campos de conocimiento similares, son exploraciones o maneras de percibir y conocer el mundo.
Así como hemos estado hablando de ciertos paradigmas del modo de pensar la relación entre las comunidades, ya sean institucionales culturales o comunidades territorializadas o la ciencia y el arte, hoy en día también la alimentación es como un jaque, algo que ha cambiado paradigmas que se han ido peleando estos últimos años. Lo que hace ahí Mario es un ejercicio súper clave, desde la agronomía, tener conciencia y cuidado respecto de esos procesos de agroalimentación.
Por eso decía que en algún momento me metí con temas más estéticos y claro, empiezas a profundizar y es impresionante cómo la alimentación y los modos de alimentarse o la comida o la cocina, el lugar que tiene, empieza a permear toda nuestra cotidianidad y todos nuestros modos del quehacer. La cocina en medio de la casa, por ejemplo, tiene un lugar prioritario, donde la mujer que cocina en este caso, más allá de estas diferencias de género, digamos, si hombre o mujer ocupa un lugar significativo, es un ser especial.
Las cocineras en el mundo mapuche son las encargadas de levantar la tapa de la olla y ahí se abre todo para alimentar. Hay un gesto que tiene que ver con los cuidados, cómo nos cuidamos, cómo cuidamos a nuestros seres queridos, a nuestras familias.
En realidad, es una cosa impresionante si uno empieza a leer fino esa trama, ese fieltro, en realidad, traspasa la cotidianidad de todo nuestro día.
Parte de ese trabajo se refleja, por ejemplo, en la reciente Exposición de Culturas Regenerativas del Programa de Cultura Regenerativa, en donde también participaste con tu proyecto, nos gustaría saber más sobre cómo fue esa jornada y que impresiones te quedan al culminar este trabajo de varios meses en este evento en el que el objetivo fue mostrar, abiertamente, lo que se ha estado trabajando en este programa y socializar esos procesos.
Nosotros desde la huerta, propusimos esta idea como de naturaleza muerta, que la naturaleza muerta es un clásico dentro del canon del arte, que es poner una serie de alimentos y jarrones y dibujarlos con iluminación. Tiene que ver con aprender a dibujar, pero también con un proceso de observación, de exploración.
O sea, poner los alimentos ahí es como una especie de pausa en que las personas se van deteniendo, conversando… De hecho, el día anterior, cuando yo estaba montando eso, mucha gente entró y empezó a preguntarse “Oye, ¿qué es eso? ¿qué es esto otro?”. En el museo es impresionante la cantidad de gente que visita. Y algunas personas llegaron al casino comentando sobre los alimentos.
La exhibición de los alimentos permite mucha conversación entre las personas, sin la necesidad de que haya alguien ahí, sino que el propio bodegón funciona como mediador.
Y lo otro interesante es que a los alimentos les empieza a pasar el tiempo por arriba y eso también habla del tipo de alimentación, cuando son alimentaciones muy artificiales parecen bodegones muertos donde no se pudren, no se oxidan, donde no pierden líquidos porque son súper artificiales.
Sacamos cosas de las huertas, también es importante eso, sentir que ahí había alimentos que tenían que ver con la huerta, con los alimentos que hemos plantado entre todos. Por otro lado, cocinar algunos de esos relatos con un equipo de cocineras, la señora Zoila y Mirtha, ellas fueron las cocineras que trabajaron con una minuta y el resto fuimos puros ayudantes, o sea otras mujeres del taller y el chef del casino del mim, que se integró de manera muy sabia, cocinó parte de las recetas fue muy receptivo, empático y trabajó desde la reciprocidad con la cocinera.
La exposición además saca la cocina fuera de ese lugar oculto, pusimos la cocina afuera, estuvimos cocinando en la exposición, de alguna manera ese era también el proceso, era el ejercicio de estar cocinando donde están las evidencias ahí a la vista, no está oculto.
Entonces esos ejercicios los que me interesa activar, el cocinar ahí de alguna manera como una ventana abierta, la cocina como el centro del espacio del museo. Hubo un compromiso que involucró también a la gestión del proyecto de entender que la cocina tenía que estar en la exposición.
-Para terminar, ¿hacia dónde crees que deba dirigirse el trabajo con las comunidades en espacios como lo son el mim y otros centros culturales? ¿Cuáles serían buenos objetivos para orientar esta labor?
-Yo no trabajo específicamente en los museos, pero yo creo que respecto de los lazos que se van generando por los territorios, la mirada de los museos se debe enfocar en eso, ¿no? En que aquello que se construye debe permanecer, deben seguir generándose espacios y posibilidades de participación con distintos objetivos.
Por ejemplo, venir a Concepción, recolectar alimentos y mostrarles un poco la relación que tenemos con comunidades de mujeres campesinas acá.
Yo sé que son más a largo plazo, pero me refiero que las mismas comunidades van teniendo deseos como grupo y van manifestando también sus objetivos.
Y en el fondo la labor del museo es estar ahí, atento, lúcido a escuchar. Porque si uno quiere generar estos espacios tiene que estar dispuesto a escuchar y, de alguna manera, también a sumarse a los deseos de los equipos, de las personas, de las vecinas en este caso.
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*Ignacia Biskupovic, gestora cultural y directora del Programa de Cultura Regenerativa del Museo Interactivo Mirador.
**Francisca Rojas, técnico agrónomo del museo y encargada del proyecto Bosque Adriana Hoffman.
***Mario González, agrónomo e integrante activo de la comunidad educativa Casa Azul de la comuna de La G